Desde
Kinky business

Bajo la mantilla, Irene se sentía desfallecer, pero había
llegado hasta allí y tendría que continuar. No iba a dejarse amilanar ahora; si
había que hacerlo se hacía y punto. Lo llevaba planeando mucho tiempo como para
dejarlo ahora, solo por el calor. Sentía que las paredes de aquella buhardilla
tan moderna, tan cool, iban a derrumbarse sobre ella de un momento a otro si
seguía allí sentada, pero aún no había llegado el momento, había que esperar un
poco más, faltaban piezas para completar la bomba y hacerla estallar. Colocada
de forma que pudiese ver quien salía a la terraza de la azotea, sentada en uno
de los taburetes de la sala con un gin tonic en la mano y fumando un cigarrillo,
soportaba la cháchara de un tipo que se creía especial. Uno de esos tipos con
el pelo meticulosamente desordenado, camisa de moda, gafas de pasta de diseño,
pantalones pitillo y zapatillas de tela de color azul cielo. No sabía de qué
disfrazarme y vengo de una inauguración, dijo cuando los ojos de Irene le
escrutaban. El chico estaba jodidamente bueno, pero no había ido hasta allí a
follar.
Dos copas después y tras unas cuantas miradas a su escote
desbocado, el modernito se lanzó a sus labios. Irene respondió a su boca,
inclinando ligeramente la cabeza, se dejó lamer, ayudó a esas manos ávidas a
llegar hasta el interior de sus piernas. Los ojos del tipo, cuando separó el
tanga y encontró una piel rasurada, parpadearon. El tipo siguió explorando,
mientras respiraba con dificultad y pegaba su cuerpo al de ella. Irene podía
sentir la excitación del hombre, mientras se dejaba hacer, pendiente de la
puerta. Cuando los vio llegar, esperó a que saliesen a la terraza y expulsó esa
mano de su cuerpo. El chico se la quedó mirando, al borde del insulto, pero
ella se adelantó a por una copa y él no volvió a buscarla. Cuando, copa en
mano, se disponía a salir a la terraza, un chico disfrazado de Groucho se cruzó
en su camino. Salieron juntos, entre risas, mientras Irene buscaba con la vista
a Juan. Allí estaban, en el extremo más oscuro de la terraza. Juan vestía de
emperador romano y su acompañante de Mesalina.
Dio un beso largo y cargado de promesas a Groucho, y agitando
sus caderas de diosa se lo llevó bailando exactamente hasta el centro de la
enorme azotea. La mantilla negra se agitaba sobre su espalda desnuda con la
ligera brisa de la noche. Su falda, casi transparente, mostraba esas piernas
que hacían volver la mirada a ellos y a ellas.
Comenzó a bailar al son de la música, coqueteando con un Groucho
que se derretía, se les unió una mujer, ésta de princesa Leia, un tipo vestido
de Drácula que le lanzaba besos a distancia y enseñaba sus dientes. Siguieron
bailando, besándose y acariciándose. Pronto se les unió una pareja recién salida de
la familia Monster, que se unieron a la improvisada orgía. Todos los ojos
estaban puestos en ellos. Cuando se aseguró de que Juan también la miraba,
quizá tratando de ubicarla, supo que era el momento que había estado esperando.
Las antorchas, estratégicamente situadas por toda la
terraza, iluminaban la escena. Se desprendió de las manos de Groucho, colocó su
tacón de aguja sobre la rodilla de Drácula y le invitó a alejarse un poco. De
inmediato, todos retrocedieron, sabiendo que algo iba a ocurrir. Irene comenzó
a bailar la danza del vientre, de frente al cielo oscuro, de espaldas a los
invitados, sus movimientos eran tan sensuales que se fue improvisando un
círculo entorno a ella. Agitó sus caderas aún con más gracia, se dobló por la
cintura, acariciando el suelo con la blonda negra de la mantilla; todas las
miradas estaban clavadas en su pecho que ahora casi al descubierto, se ofrecía
a los ojos que esperaban. Su corazón latía con fuerza. Había llegado el
momento. Soltó la anilla que sujetaba su vestido y sus pechos quedaron libres,
enhiestos y arrogantes. Siguió bailando, en un círculo perfecto, rodeada por
todos los invitados. Un ligero tirón y la falda cayó al suelo, suave como una
pluma, dejando a la vista sus caderas de portada cruzadas por un brevísimo
liguero negro con incrustaciones de cristales que brillaban a la luz de las
antorchas. Se colocó directamente de espaldas a Juan, que seguía mirándola con
aquellos ojos de ¿de qué conozco a esta
tía? y comenzó a deslizar la mantilla hacia arriba, mientras bailaba, dejando
a la vista unas nalgas de vértigo.
Entonces comenzaron a aparecer las letras. Letras negras
sobre esa piel de nácar. Irene siguió
bailando y levantando la blonda, dejando más y más a la vista el mensaje que
llevaba escrito en la espalda. La música siguió sonando a través de los
carísimos altavoces, pero el rumor que se fue desatando según se descubría el
mensaje, conseguía taparla. Cuando se retiró la mantilla, dejando al
descubierto, sobre su cuello, el nombre de Juan, escuchó una carcajada.
Totalmente desnuda, siguió balanceándose al ritmo de esa música que nadie más
escuchaba, hasta que los brazos de su Groucho la tomaron por la cintura,
mientras no paraba de reír. Eres adorable, le escuchó decir. En medio del caos
que se desató después, ellos desaparecieron.
Al día siguiente los inversores le retiraron la confianza y
sus fondos, la prensa del corazón despellejó a Juan y su madre casi sufre una
apoplejía cuando vio su mantilla en las fotos de las revistas.